Una pequeña de seis años, que volvía del colegio feliz y entusiasmada porque en su casa se iba a celebrar el cumpleaños de su hermano y habría una tarta enorme de chocolate y regalos, que aunque no fuesen suyos siempre ilusiona lo nuevo.
En la habitación de su hermano se encuentran su hermano, su tío y ella, ya quitado el uniforme y vestida con una combinación que la llegaba hasta la altura de las rodillas, su hermano enseñando las cosas nuevas, haciéndola de rabiar, su tío con una mirada extraña, como el lobo de caperucita y ella, inocente no conocedora que ese día iba a ser un punto de inflexión en su vida.
Su tío con una excusa tonta hace desaparecer a su hermano de la habitación, cierra la puerta y se sienta en la cama junto a la niña, empieza a tocarla el pelo, las piernas, subiendo peligrosamente hacia el monte de Venus, la niña incómoda intenta levantarse y por dos veces es obligada, de nuevo a sentarse. Con fuerza y rapidez la tumba en la cama, el sonido de la cremallera, la respiración agitada, una mano bajándola sus braguitas, ella luchando por volver a subirlas, la otra mano aferrando sus manos, el pene intentando introducirse en la vagina de la niña y esa niña sacando fuerzas como David frente a Goliat porque sabía que eso no era normal y menos viniendo de alguien allegado.
Veintiséis años de diferencia, una niña de seis frente a un adulto de treinta y dos, la fuerza de un hombre frente a la fuerza de una niña, pero la niña aún teniendo las manos aferradas, se remueve, lucha, intenta gritar pero los ojos de su tío lo impiden, si lo hace sabe que quizás sea el último grito que salga de su boca, él intentando penetrar, ella moviendo las caderas de un lado a otro para que no lo logre y después de unos minutos de pelea y de angustia llaman a la puerta, mi abuela, conocedora de lo que puede estar pasando en esa habitación cerrada a cal y canto, en la cara de la niña se lee alivio, esperanza, en la cara del adulto, frustración, eso no va a acabar ahí y no, no acabó ahí, todavía pasarían más de diez años de luchas, de asco, de acoso, de tocamientos, de intentar robar unos besos furtivos, de intentar entrar en la niña pero David ganó a Goliat.
Diez años en los que solo una persona levanto la voz en contra y los demás eran consentidores del abuso hacia esa niña, una niña rodeada de adultos, indefensa que tenía que luchar por ella y porque no le arrebatasen nada que era suyo y que daría a quien ella quisiese, una niña que tuvo que luchar para que el único adulto que no estaba de acuerdo con lo que sucedía no le pasase nada (siempre eternamente agradecida mi querida Enana)
Hoy ha hecho treinta y siete años y yo, yo era una niña de seis, en una casa llena de adultos que sabían lo que estaba sucediendo en esa habitación pero miraron a otro lado.
Siempre he tenido que cuidar de mi, siempre he salido de todo sola, siempre he sabido ganar batallas e incluso la guerra pero hay veces que a esa niña la vida le pesa porque está muy cansada